Puntos de Identidad del Centro Histórico


Puntos de Identidad del Centro Histórico, Ciudad de Guatemala, 2011

Salón de Las Banderas, Palacio Nacional de la Cultura

Los Puntos de Identidad galardonados este año son:

Palacio Nacional de la Cultura

Empresa Eléctrica de Guatemala, S. A.

Edificio Engel

Teatro Lux

Delicadezas Hamburgo

Cafetería Lido

Hotel Royal Palace (Hotel Mansión San Francisco)

Iglesia San Francisco

Almacén Roque Rosito

Escuela Nacional Central de Ciencias Escolares


Palabras de encomio, a cargo de Edgar Barillas, del Instituto de Investigaciones de la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala:

Corre el año de 1968. En la ciudad de Quetzaltenango, un joven cantante y compositor recibe un telegrama. Toma el autobús y llega a la ciudad de Guatemala. Un taxi lo lleva a la Sexta Avenida de la Zona 1 en donde se hospeda en un hotel que está casi llegando a la 10ª. Calle. Toma un café. El restaurante tiene unas mesas que dan a la avenida, por donde los transeúntes pasan charlando. El cantante hace una prueba e inmediatamente lo contratan para grabar su primer disco. Su nombre es Carlos del Llano y tras él ha ido el fotógrafo Alberto Serra, impresionando un rollo de 16 milímetros en blanco y negro que después convertirá en una película cuyo nombre está inspirado en una de las canciones más populares del cantante: Los domingos pasarán. Carlos no solo triunfa como intérprete sino también en el amor. Adriana es su musa. Pero un melodrama no estaría completo si faltan los personajes perversos, un pretendiente despechado, unos amigos cínicos, una mujer envidiosa y todo confabula para hacer del amor de Carlos y Adriana un imposible. Ella se va a Europa y Carlos se desespera. Su dolor no tiene límites.

Para soportar la pena, entre las muchas opciones que tiene, Carlos escoge ir a caminar por la Sexta Avenida. Curiosa terapia para un corazón desgarrado, ¿no? Sus pasos le llevan al Portal del Comercio. Luego camina sobre la acera del Palacio Nacional. Ah, el Palacio Nacional. Un travelling nos los va descubriendo, pues el Canche Serra se ha montado en un carro y con su cámara sigue el paso del músico enamorado. Como es una película en blanco y negro, no nos muestra la tonalidad verde del edificio que contrasta con el cielo celeste. Luego, el camarógrafo instala su equipo de filmación en un trípode enfrente a una de las puertas del Palacio y hace un paneo de derecha a izquierda que muestra toda la fachada frontal del imponente edificio. Ante nuestros ojos van desfilando los simétricos ventanales, las columnatas como ejército en formación, la decoración calcada en piedra, las sólidas columnas del conjunto de entrada. El sueño más grande entre los sueños de grandeza de Jorge Ubico. La más monumental de todas sus arquitecturas monumentales. El broche de oro para un gobierno en donde el poder se manifestaba hasta en el patrimonio edificado. En el interior del Palacio, entre maravillosos vitrales que desnudan el imaginario de la época, lámpara de siluetas sensuales, artesonados y pisos delicadamente labrados y pulidos, se halla el kilómetro cero. Sorpresa para los visitantes extranjeros que ignoran que el Orden y Progreso de la dictadura no conocía límites.

De la ficción de Carlos del Llano y Alberto Serra podríamos torcer el guión y dejarnos llevar por la imaginación, algo que no es inusual cuando se está frente o dentro del Palacio. Carlos se encuentra en esta secuencia agregada a la película, con Miguel Ángel Asturias. Hace menos de un año que ganó el Nóbel de Literatura, con lo que su voz se hizo más fuerte para contar las historias y leyendas de su Guatemala. Miguel Ángel lanza un suspiro prolongado y pareciera que con su enorme traje como carpa de circo envolviera a Carlos y al Canche que también se asomó a escuchar al literato. “Aquí estuvo antes mi Portal del Señor”, dice como declamando y continúa: “...¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre!” Aquí dormían los pordioseros, el Pelele, el Patahueca, el Mosco, el Viuda. “La noche los reunía al mismo tiempo que a las estrellas. Se juntaban a dormir en el Portal del Señor sin más lazo común que la miseria…”.

Absortos en su escucha estaban Carlos y El Canche Serra, que no vieron acercarse a José Rodríguez Cerna. Él les contó cómo el día de navidad de 1917 la ciudad cayó en pedazos y con ella, el edificio del Ayuntamiento, El Portal del Señor de Miguel Ángel. Abrió su Tierra de Sol y de Montaña y les leyó:

“En la noche del 25 de diciembre fue el asalto brutal. En las carnes desprevenidas por el sortilegio navideño, se hundió el hachazo. Las ocultas potencias rompieron el cetro y profanaron la corona: así un motín contra una reina…

Nada permanecía en pie. Los edificios caían con crispantes rechinamientos, envueltos en polvo de asfixia…”

Al grupo se unió Arturo Quiñónez, quien había estudiado cine en Estados Unidos y luego dirigió el Departamento de Cinematografía de la Tipografía Nacional en tiempos “de Don Jorge” (Ubico). Les contó cómo fue difícil rodar la imponente coronación de la Virgen del Rosario en 1934, por la multitud que se aglomeró en el Parque Central y sus alrededores. La procesión salió de Catedral por la tarde con la imagen coronada. Dobló en la Séptima Avenida y Sexta Calle para pasar por aquí, dijo el cineasta y calló, sumido en sus recuerdos. En el tiempo de coronación de la Virgen, ya no estaba el Ayuntamiento, pues se había arruinado con los terremotos y terminó por ser demolido. Entonces solo habían unos pabellones donados por la colonia china y hacia la Sexta Avenida un endeble salón daba cabida al Teatro Rialto. Estos edificios fueron eliminados para dar lugar a la construcción del Palacio Nacional, el Palacio de Jorge Ubico. Como la guinda que corona un delicado postre, el soberbio edificio fue inaugurado para culminar las ofrendas y sahumerios al gobernante con motivo de su cumpleaños el 10 de noviembre de 1943. Nadie, ni el propio Don Jorge, sabía que el gusto de sentirse emperador en su edificio de cristal terminaría en escasos siete meses, para dar paso a la gloriosa Revolución de Octubre. Este palacio está retratado, con sus historias ficticias y verdaderas, en el documental hoy olvidado, El Palacio Maravilloso.

-Vamos, vamos, Carlos, que tenemos que continuar la filmación –dijo Alberto Serra apremiando al cantante y actor. Y tomaron la Sexta Avenida de norte a Sur. Tras ellos, si aparecer en el filme, van Asturias, Rodríguez Cerna, Quiñonez y unos cuantos de los asiduos visitantes/habitantes del Peladero. No se detiene la cámara ante el edificio de la Empresa Eléctrica de Guatemala, pero Arturo Quiñónez recuerda que en una manifestación a favor del candidato a la presidencia Jorge Ubico, este se encontraba en un balcón del segundo piso saludando a la par del Presidente Reina Andrade. Estaban a salvo, porque no solo tenían el padrinazgo del Estado, sino que la construcción poseía una estructura de acero y concreto, que fue la primera del país en utilizar esos materiales y sus respectivas técnicas constructivas. En ese sitio estuvo la casa de Justo Rufino Barrios mientras fue presidente. Y esa esquina, al gozar de suficiente espacio para ser apreciada por la vecindad de los parques Centenario y Central, es uno de los mojones más conocidos de la ciudad. Justo de ahí arranca la que se conoció como Sexta Avenida Sur.

Sigamos con la película de Carlos y Alberto. Frente al Pasaje Rubio, unos vendedores de números de la lotería ofrecen la suerte a los sexteadores. Estos fueron los primeros representantes de lo que llegaría a convertirse en un mar de economía informal. Luego, Carlos continúa su caminata hasta la once calle. Pasa frente al cine Lux. Sean Connery viste de frac y parece presentarse en una enorme efigie de cartón: Bond, James Bond. Hoy, hoy, invitan dos afiches que bordean al agente 007, la gran atracción de aquellos años. Las puertas de vidrio y madera de la entrada a luneta están cerradas. Pero siempre que se abrieron dieron paso a emocionados grupos que acudían a ver las funciones de cine y gozar y sufrir con las figuras del Star System o bien alguna compañía de teatro. De no haber fallecido apenas cuatro años antes, don Mario Alberto Mencos hubiese contado con dejo nostálgico que antes del Lux, el Palace y el Cápitol, los teatros más concurridos eran el Colón, el Variedades, el Europeo y el Abril. Pero aquellos teatros antiguos cedieron lugar al aparecer las enormes salas de las cuales el Lux era la joya. Su impresionante figura que destaca en la esquina de la Once Calle y su diseño de líneas rectas y curvas dan una sensación de sobriedad y elegancia. Su construcción ilusionó a los gobernados por Ubico que al fin iban a ver completo el lema de Orden y Progreso, pues solo habían conocido el rostro fiero de la represión y la censura que llevaban a la obediencia.

El Teatro Lux vivía sus noches más entusiastas cuando se celebraba la Huelga de Dolores. La orquesta del Chato Lobos amenizaba la noche desde el foso con alegres notas, mientras las compañías del teatro huelguero montaban sus punzantes sátiras para escarnio de los gobernantes de turno. Ahí dio sus primeros pasos en la dramaturgia Douglas González como muchos otros y se montó más de una obra de Manuel José Arce. Ojalá Johnny Dahinten siguiera cantando con mordacidad y buena voz, ya sea para arengar, ya sea para mofarse de los poderosos. Si el Lux luce imponente desde las butacas, es un espectáculo único verle desde el escenario. Los enormes cortinajes color púrpura, la impresionante luneta y más arriba el balcón y aún más allá la galería: todo actor y actriz de la Huelga que se paró en el tablado, jamás podrá olvidar que se contemplaba al público como se observa el cielo poblado de estrellas en una noche despejada. Ahí también lanzó flechas el Yeti, aquel longevo Grupo de Teatro Experimental de la Experimental Escuela de Historia, con sus historias del Popol Vuh. El Lux abarrotado de público, era un hervidero donde salía lo mejor del repertorio carnavalesco guatemalteco. Y eso era el pan de cada día, no solo durante la Huelga de Dolores.

Pero salgamos a la calle y dejemos a Carlos del Llano y al Canche Serra porque su melodrama tiene que continuar y otras locaciones les esperan para reunir nuevamente a los amantes y reconciliar al público con la historia que les es contada. Al salir del Lux, no podemos sino recrearnos con la vista del Edificio Engel. En estilo Art Deco como el mismo teatro, hacen de esa esquina de la Sexta y Once un nodo que ha quedado grabado en la memoria colectiva de los citadinos y los visitantes. El Engel y el Lux, son figuras cimeras del Deco guatemalteco, que se ensambló admirablemente con estilos arquitectónicos más tradicionales.

Seguimos por la Sexta hacia el sur y el grupo encabezado por Miguel Ángel va creciendo. Pronto llegamos al templo de San Francisco. Quién mejor que José Martí, que muy jovencito vino a alborotar a damas y políticos y a denostar a los conservadores. Dice el joven vate y prócer cubano, incorporándose al aquelarre que se estaba formando:

“Y ¡qué bellas iglesias ostenta Guatemala! Gran prisa se dieron y grandes millones gastaron aquellos piadosos sacerdotes, entonces señores únicos de la oprimida conciencia popular. Enseña San Francisco su hermosísima fachada, su imponente nave, sus robustas murallas, que no muros, irguiéndose, empinándose sobre penosa cuesta, como un rectángulo colosal. Más castillo que el castillo parece la gran fábrica destinada a sobrevivir al espíritu que la animó; antes, numerosos fieles y fieles numerosos tenían vencido el suelo con las humildísimas rodillas; hoy, salvo los días tradicionales, apenas si discurre por la nave ancha, milagro de atrevimiento arquitectónico, alguna fiel creyente, que en el perfume de las flores que regala envía a la hermosa Virgen el perfume de su alma candorosa.”

Hermoso luce el templo en la película Solo de noche vienes, de Manuel Zeceña Diéguez, mientras Elsa Aguirre va vestida de blanco a rezar y la sigue como presa erótica Julio Alemán. Pero debemos continuar el recorrido. A nuestro selecto grupo de cronistas se ha unido otras voces. Carlos Navarrete va contando quiénes vivían en qué casas, las anécdotas de los personajes de la ciudad, los cambios arquitectónicos. No muy lejos, Celso Lara y Miguel Álvarez discurren sobre los barrios tradicionales y los nombres de las calles y callejones, mirados con atención evaluadora por Augusto Acuña, aquel periodista que ganó un premio de la APG por su crónica de la ciudad. Tasso Hadjidodou no quería abandonar su callejón, pero tampoco pudo resistir la tentación de agregarse al grupo entre docto y dicharachero. Al salir del templo de San Francisco, enfrente encuentran el edificio de que fue la Mansión San Francisco y hoy es el Hotel Royal Palace. Antes, con el atrio de San Francisco sin verja, se formaba un gran espacio que continuaba por los jardines del Palacio de la Policía hasta la Catorce Calle y que permitía apreciar la arquitectura atractiva de la Mansión. Quién dijera que ese edificio albergaría a S. García y Cía., Sucs., “La casa mas grande y surtida del país.” Ahí se vendía al detalle y al por mayor, “…víveres finos, conservas, licores, vinos (de gran edad ‘Solera 1850’), productos del país y extranjeros.” Perfumes especiales eran ofrecidos por 30 empleados. “Compre una factura y se hará marchante”, dice la guía Guatemala, la Suiza Tropical, de 1932, para anunciar que uno podía convertirse en distribuidor de aquella empresa. Hoy, con la renovación de la Sexta, el edificio del Hotel Royal Palace vuelve a lucirse entre edificios de arquitectura muy poco uniforme que no llega a consolidar un estilo.

Seguimos las procesiones. La de la Virgen del Rosario, de la cual hace la crónica la película de Arturo Quiñonez, el sobrino de la funcionaria de Ubico y de Idígoras conocida y temida como La Maciste; y también la procesión de la bohemia literaria y artística. La película del cortejo procesional del 34 nos presenta la Sexta pletórica con su arquitectura efímera de arcos decorativos. Los gremios de aquella época y los asociaciones engalanaron la Sexta, la 18 Calle, la Novena Avenida y la Once Calle para guiar a la imagen a su morada en Santo Domingo, sito en la Doce Avenida. Décadas después, algunos devotos cargadores se hubiesen alejado un tanto a la altura del Parque Concordia para ir por un embutido a Delicadezas Hamburgo o, ya de regreso al templo de Santo Domigo, pasar por un Milk Shake o un sándwich al Restaurante Lido. Las delicadezas alemanas dieron lugar a las delicias chapinas, en el restaurante frente a la Concordia o Parque Gómez Carrillo. Hoy se puede degustar un tamal, unos chiles rellenos, unos frijolitos parados o colados humeantes con tortilla caliente que abre el apetito. Los domingos para el desayuno hay que llegar temprano porque cuesta conseguir mesa para probar los platanitos fritos, los huevos a la ranchera, la crema y el queso fresco o un buen pedazo de carne encebollada a la plancha. Y si uno iba al Cine Lido o se paraba frente a la vitrina de la librería de al lado a buscar la última de vaqueros de Marcial Lafuente Estefanía, no podía resistir aquel llamado de sirenas que no con cantos sino con aromas, atraía a marineros y marineras de a pie. Un hot dog o una hamburguesa satisfacían a cualquiera, mientras se relajaba y se relaja aún en aquel ambiente de imágenes venecianas.

La película de la Coronación de la Virgen del Rosario termina cuando la procesión llega al templo, en la Doce Avenida, el límite oriental de la Nueva Guatemala colonial. Los feligreses regresan a sus casas. Pero nuestro grupo, este conjunto de gentes de todo tiempo y de todo lugar, no se disuelve. Sus personajes van caminando sin preocuparse del reloj ni del clima. Martí, maestro de profesión, pregunta por la Escuela de Ciencias Comerciales. Ahí resuenan las voces de decenas y decenas de cohortes que vieron salir peritos contadores y en un tiempo también secretarias. Sus egresados, de alegres y juguetones, se volvieron profesionales universitarios, catedráticos, funcionarios y a más de alguno la suerte no le sonrió. Pero cuando se juntan (por promociones, para mayor identificación), sus charlas están salpicadas de recuerdos de primeros amores, de travesuras, de catedráticos gruñones o simpáticos. Su historia es una historia sin fin. De aquí partió indignado el cortejo fúnebre de Robin García, asesinado por el gobierno de Kjell Laugerud, para citar un solo ejemplo.

Vamos concluyendo el recorrido. Es hora de tomar un café. Hoy en el año 2011 en el centro histórico es mucho más fácil encontrar una buena bebida de granos de nuestras montañas, tan nuestras como ajenas. El más reciente sitio para degustar el brebaje, es el Café Gourmet Roque Rosito. Pasamos ahí para recordar cómo evolucionó el negocio, desde los productos de zapatería, hasta los más conocidos y apreciados utensilios de cocina. Luego de saborear un capuchino o un frapé, puede uno dirigirse al fondo y ahí, no con poco sorpresa, puede ver que el viejo almacén Roque Rosito aún ofrece sus joyas de herramientas para que la comida quede bien dispuesta.

Regresamos a la Sexta. El grupo que llegó a ser muy, muy grande, comienza a dispersarse y cada cual vuelve a su tiempo y a su espacio. Alberto El Canche Serra, Arturo Quiñonez y el Gordo Zeceña guardan las cámaras, satisfechos de la labor realizada. Otros todavía siguen la alegre cháchara. Pero alguien se quedó: Taso, Taso, gritan los sobrevivientes del recorrido y el aludido sonríe, distendido, cómodamente sentado en su banca de la que en un tiempo fue la Calle Real.

Comments

Soy un muerto said…
Soy reportero de Prensa Libre. Favor de contactarme a jairobert82@gmail.com para informaicón sobr cine guatemalteco.
Gracias.
Soy un muerto said…
Soy reportero de Prensa Libre. fa vor de contactarme a jairobert82@gmail.com para información sobre cine guatemalteco.
Gracias.
halman said…
Increíble el cine guatemalteco de autor. Yo me dedico a la venta de ropa por mayor y me tocó viajar a Guatemala por trabajo y tuve la oportunidad de conocer la cultura del país.

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